RELATO - Amigos de gimnasio.

    Me encantan las agujetas después de hacer ejercicio. Me deja un buen sabor de boca. Es como realizar una buena acción durante el día. Aunque, claro, hay cosas más deliciosas por probar y eso, irónicamente lo descubrí aquí, en el gimnasio.

    Hace un par de semanas decidí tener un cuerpo más definido, uno que me gustara mostrar en Instagram, en las fotos de la playa. No es que esté mal, de hecho soy una persona más bien delgada, pero no tengo nada de lo que presumir, así que decidí apuntarme al gimnasio que está al lado de casa. 

    Al día siguiente llegué tarde a casa después de trabajar, me puse una camiseta y unos shorts, y me fui al gimnasio. Empecé haciendo un poco de cardio y me sorprendió que el gimnasio estuviera casi vacío. Teníamos el gimnasio solo para nosotros una chica y yo.

    Las semanas pasaron y yo empezaba a sentir mi cuerpo cada vez más fuerte. Me encantaba, me sentía poderoso, me gustaba verme desnudo y ver cómo mis músculos se contraían y las venas se hinchaban al flexionarlos. 


    Un día llegue demasiado cansado del trabajo, así que me eché una siesta, y cuando desperté ya eran las más de las nueve. A pesar de todo me cambié rápido y corrí al gimnasio, quería ser disciplinado en esto, y no comenzar a faltar. Cuando llegué a penas había gente. Terminé mi rutina de cardio y me dirigí a la sala de peso libre. Estaba tan concentrado en mi música y en mis series de repeticiones, que cuando sentí una mano en mi espalda me sobresalté.

—Perdona, perdona, no quise asustarte.

—No pasa nada.-dije al girarme. Casi dejé caer una mancuerna de 10 kilos al verle. Era un chico un poco más bajo que yo, y de piel morena. Sus ojos eran verdes, y me miraban de tal forma que me hipnotizaban. Su pelo negro y liso caía descuidado sobre su frente. Se lo colocó con un movimiento de cabeza y me mostró su encantadora sonrisa.

—Quería saber si podemos compartir las mancuernas - Mientras no dejaba de sonreír.

—Por supuesto.-dije ofreciéndoselas.

—Oh, no, pero termina tú tu serie. Puedo esperar.

—No te preocupes, he perdido ya la cuenta.

—Oh!, siento haberte distraído. Debí… debí esperar a que acabaras.

—No hay problema, de verdad. ¿Cómo te llamas?

    José era mexicano y se había mudado a Madrid por trabajo. O al menos eso me contó mientras estuvimos en el gimnasio aquel día. Pero no importaba, podía haberme dicho cualquier cosa, que yo lo habría creído sin rechistar.

    Al terminar la rutina de ejercicios seguimos hablando en el vestuario, nos quitamos la ropa y nos fuimos a las duchas. Cuanto más miraba a José, más me gustaba. Su cuerpo era perfecto, y se notaba que él hacía más ejercicio que yo. Sus músculos brillaban bajo el agua de las duchas, y yo le miraba con la boca abierta mientras se enjabonaba. José parecía no darse cuenta de mi admiración, y tuve que hacer un esfuerzo por evitar la inminente erección que yo tenía. Tras la ducha, José y yo nos despedimos como dos nuevos amigos.

    Al día siguiente llegué a la misma hora que el día anterior, impaciente por encontrarme allí con José, y ahí estaba, sentado en la máquina de remo. Su espalda marcaba cada músculo y su sudor acentuaba su cuerpo. Esperé a que terminara y le saludé. Yo pensaba darle la mano, pero el me abrazó. Pude notar el calor de su cuerpo, y su sudor al abrazarnos. Por un segundo, nuestros paquetes se chocaron durante el abrazo, y mi polla reaccionó con alegría.

—¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Ya listo para empezar?-su sonrisa era contagiosa.

—¡Claro! Déjame acompañarte,-me acomodé en la máquina a su lado- ¿Qué tal tu día?

    Hablábamos todo el rato. Yo estaba tan idiotizado con sus palabras que casi no hablamos de mí. Me contó que al día siguiente tenía mucho trabajo y era probable que no fuera al gimnasio. Le dije que lo entendía y que no pasaba nada. Hablamos de películas y de series de televisión, y quedamos en vernos un día para pasar una tarde de películas de terror.

    Los viernes son el mejor día para ir al gimnasio porque está casi vacío a cualquier hora. Cuando llegué a las 9:13 esperaba estar solo y ¡Sorpresa!, ahí estaba José, corriendo muy rápido en una cinta. Otra vez me volví a quedar hipnotizado, pero esta vez fue al ver como su paquete se movía mientas corría. Yo apenas parpadeaba, y ese paquete no paraba de moverse. No debía de llevar ropa interior, estaba seguro.

—José, ¿Qué tal?-

—Bueno, aquí tratando de bajar todo el estrés del día.

—Ya veo ya, pero deberías relajarte un poco. Estás corriendo muy rápido.

    José esbozó una sonrisa y siguió corriendo sin parar. Yo me puse en la máquina de al lado, y comencé a correr también. Por el rabillo del ojo vigilaba los movimientos del paquete de José. Pensé-Yo debería también correr sin gayumbos. Aunque correr y tratar de evitar una erección no debía de ser muy práctico.

    Al cabo de un rato José dejó de hablar, estaba muy acalorado y su cara estaba roja. No paraba de sudar, derepende dió un traspiés, y por poco se cae de la cinta. Yo al verle, di un salto para agarrarle. ¡¡Por poco se desmaya!!

    Le agarré y le llevé al vestuario a sentarse y a refrescarse un poco. Le mojé la nuca con agua fría y me senté a su lado.

---Vaya susto me has dado - le dije.

Nos miramos durante un rato sonriéndonos sin decir nada cuando derepente sentí su mano junto a la mía.

—Me… me gustas.

    Bajé la mirada para ver su mano y cuando la levanté de nuevo, sus labios asaltaron mi boca. Correspondí nervioso a su beso mientras acariciaba su nuca, pero de repente se apartó.

—¡Perdón! ¡Perdón!- No debí lanzarme así... No quise… 

—José,-le dije tomando su mano de nuevo- no importa. Tú también me gustas.

—¿De verdad? ¿No lo dices para consolarme?

    Le tomé de la nuca y me acerqué de nuevo para besarle. 

    Al principio su lengua entraba tímidamente en mi boca, luego la tenía completamente adentro. Sus manos rozaban mi pecho y acariciaban mis pezones, correspondí metiendo mis manos bajo su espalda sudada, apretando sus nalgas. Nos levantamos sin dejar de besarnos, sus manos bajaron y bajaron hasta mi polla, lo que me hizo gemir de placer. Seguimos besándonos y José comenzó a masturbarme. El morbo de que entrara alguien en el vestuario y nos pillara, hacía que mi excitación aumentase, tanto que me baje los shorts y me puse a cuatro patas sobre el banco.

-¡Fóllame!.

    José no esperó. Se bajó los shorts hasta las rodillas. Yo tenía razón, no llevaba calzoncillos! Su polla estaba dura como el acero, y se la lubricó utilizando su propia saliva. Comenzó a penetrarme, primero despacito, luego con pasión, ahora eran sus músculos los que se contraían dentro de mí. Nos vi follando reflejados en el espejo del gimnasio y eso me excitó aún más. Vi como me embestía, como un tigre en celo y yo, yo era su presa. Yo gruñía y le pedía que me penetrarme más adentro. Mi polla no paraba de gotear de placer. Sus huevos chocaban con los míos en cada embestida de sus caderas. En ese momento sentí como su polla tocaba mi punto G y derepente me inundó de su semen. Lo noté caliente dentro de mí, y al correrse José, yo me corrí como nunca lo había hecho. El banco del vestuario se llenó de mi semen. Yo no quería que sacase su polla de mi culo, pero escuchamos pasos afuera del vestuario y corrimos hacia las duchas, entre risas de nervios y excitación. Los pasos se alejaron y nos reímos aún más. Creo que apuntarme a ese gimnasio ha sido de lo mejor que he hecho en mucho tiempo.




Comentarios

  1. Muchas gracias por este relato!! El gimnasio es uno de mis sitios morbosos favoritos y esta historia me ha puesto a 1000!! 🍆🍆🔥🔥Ojalá me sucediera algo así alguna vez!! 👏🏻👏🏻👏🏻

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  2. Sin duda tu y José son la fantasía de muchos, fue tan excitante poder visualizarlos e imaginarlos en esos escenarios y sobre todo el morbo de saber que podrían ser descubiertos, eso hizo que mi polla más de una vez se pusiera dura y me tuviera lubricándo.

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  3. Yo tampoco he podido evitar ponerme cachondo al leer la historia! Mi polla palpitaba dura a más no poder. Me he tenido que hacer una paja para desahogarme!! Gracias por este momento tan bueno!!

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